El coronavirus, el parón en la cadena de producción, la guerra entre Ucrania y Rusia, la escalada de los precios de la energía, el encarecimiento de las materias primas, la escasez de chips... En los dos últimos años hemos experimentado una serie de circunstancias extraordinarias que nos han conducido a una inflación asfixiante que está devorando el poder adquisitivo de las familias de los países de todo el mundo. ¿De todo el mundo? No, porque, curiosamente, en Japón los precios solo crecen a un ritmo del 0.9% interaural. Y todo ello pese a estar sufriendo un fenómeno conocido como japonización. Pero vayamos por partes.
¿Qué es la japonización?
En economía, la japonización es un fenómeno que consiste en un escenario en el que confluyen un crecimiento muy bajo, una inflación inexistente (o deflación) y unos elevados niveles de deuda pública, así como una población envejecida, una tasa de fertilidad muy baja y unos tipos de interés cero o negativos. Un escenario que sin duda nos resulta ahora más familiar que nunca y que suele desembocar en una trampa de liquidez que se eterniza y acaba congelando la economía.
¿Por qué en Japón esta situación no es el fin del mundo?
Después de años luchando contra el riesgo de la temida deflación, ahora esta peculiar anomalía que afecta a Japón casi parece una suerte en comparación con lo que está pasando en Estados Unidos o la Unión Europea. Y es que el país nipón está esquivando el problema de la inflación. ¿Pero qué tiene de diferente Japón para librarse de la subida de precios que está estrangulando casi todas las economías?
Según los economistas, la japonización no debería ser un obstáculo para impedir que la economía notase el impacto del golpe inflacionario global. Mientras tanto, otras regiones que postulan para ser las siguientes en caer en la japonización (con la Eurozona a la cabeza) sufren bajo los efectos de unas tasas de inflación históricas. ¿Qué es lo que impide que la inflación afecte al bolsillo de los japoneses?
¿Quién asume las subidas de los precios en Japón?
La respuesta es bastante compleja. Simplificando el panorama, la inflación en Japón no llega al consumidor, pero sí que está afectando a los productores. De hecho, los precios de producción aumentaron un 9,3% interanual en febrero, el mayor crecimiento interanual desde el año 1980. Esta subida obedece especialmente a los costes de importación. Pero estos incrementos no se reflejan en el precio final de los productos.
Según el último informe del Banco de Japón (BoJ), la inflación irá calando poco a poco en los precios hasta llegar al consumidor. Lo más curioso es que hay riesgo de que esto no llegue a ocurrir a causa de las características de la economía japonesa, puesto que existe un rechazo generalizado a subir precios tras varios años de estabilidad y hasta deflación.
Esto podría ser una buena noticia para el consumidor. No obstante, el BoJ advierte de que, si la situación se prolonga, "la tendencia de recuperación económica de Japón podría verse afectada negativamente" por el deterioro de los beneficios empresariales. Obviamente, esto lastraría a medio plazo la contratación y las inversiones. La cuestión ahora es cuánto tiempo podrán aguantar las empresas japonesas sin trasladar los costes al consumidor final.
Entonces, ¿por qué la japonización puede ser un problema para la Unión Europea?
Japón cuenta con una homogeneidad casi absoluta de su sociedad y de la estructura de los mercados, un lujo del que no dispone la Unión Europea. En Europa hay tensiones políticas internas y externas que podrían conducir a diferentes intereses, desarrollos económicos y políticas fiscales. Según los economistas de ING, esto tiene el potencial de producir mayores conflictos en la Eurozona que en Japón.
Es decir, que la heterogeneidad característica de la Unión Europea podría provocar que algunos países sufrieran una japonización más dura que otros. Por lo tanto, tendrían que soportar altos niveles de desempleo, deflación y políticas de austeridad para evitar que estos desequilibrios rompieran la zona euro.
Si la Unión Europea quiere evitar una japonización dura, es necesario buscar una unión fiscal y económica total, en palabras de Charles Dumas, economista jefe de TS Lombard. Sin embargo, otros economistas sostienen que la política monetaria no es la solución a largo plazo, sino que se deben abordar reformas estructurales para buscar la estabilidad financiera y el crecimiento sostenible.