¿Tú trabajo ya existía cuando estabas en el colegio? La tecnología avanza a pasos agigantados y, con ella, llegan nuevos modelos de negocio, abriendo nuevas posibilidades para la sociedad. Mientras surgen empleos nuevos y otros se mantienen imperturbables a lo largo del tiempo, otros desaparecen para nunca volver. ¿Alguien se acuerda ya de los serenos, los pregoneros o los recolectores de sanguijuelas?
En los últimos años, algunos de los modelos de negocios más explotados han sido aquellos basados en la economía colaborativa. En términos ideales, la economía colaborativa contribuye a un consumo responsable, facilitando el acceso de bienes y servicios al público general. Ahora bien, todos hemos oído hablar de los riders y de sus condiciones de trabajo cuestionables, por utilizar una palabra suave. Los abusos de empresas como Glovo hacia sus trabajadores son de conocimiento público. Sin embargo, algunas compañías del estilo van incluso más allá con tal de crecer a toda costa. Ilustremos todo esto con un ejemplo de los nuevos modelos de negocio del mundo moderno.
No todo lo que reluce es oro
Viajemos por un momento hasta la isla de Manhattan, en pleno centro de Nueva York. Allí se encuentra AJ's NY Pizzeria, una pizzería como tantas de las que hay en la Gran Manzana.
Como otros muchos restaurantes, esta pizzería empezó a ofrecer sus servicios online al inicio de la pandemia del coronavirus. Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que ya tenían activado el sistema de reparto de comida a domicilio... ¡incluso sin saberlo! La respuesta a este misterio se oculta tras DoorDash, una empresa del estilo de Glovo. Los usuarios de este servicio pueden pedir comida a domicilio de restaurantes que no ofrecen esta opción. Incluso sin el consentimiento (o el mero conocimiento) de los dueños de los restaurantes.
Sin embargo, el dueño de esta pizzería decidió contraatacar aprovechando una especie de vacío legal en el servicio para ganar dinero a su costa. Al introducir el nombre del restaurante en Google aparecía el botón que permite hacer pedidos a domicilio. Cuando se solicita el servicio, uno de los riders se persona en el establecimiento, paga con la tarjeta de la compañía, recoge el pedido y lo lleva hasta su destinatario.
Al no ser repartidores especializados y no tener bolsas para la conservación adecuada de alimentos, la comida suele llegar fría. Por supuesto, las quejas van directamente al restaurante, que ni siquiera ofrecía oficialmente ese servicio.
Pero la clave está en que DoorDash cobra 16 dólares a sus clientes por unas pizzas que la pizzería vende por 24 dólares. A través de esta estrategia, este tipo de empresas consigue captar socios, preocupándose más de adquirir clientes que de cuidar a sus colaboradores y empleados. Qué importan aquí los trabajadores y sus derechos, los restaurantes y su reputación o los clientes y su satisfacción. Todo eso queda en un segundo plano en muchos negocios de la economía colaborativa, preocupándose tan solo de crecer a cualquier precio.
El secreto está en la masa
Así las cosas, el dueño de la pizzería decidió encargar diez pizzas a través de DoorDash. Por este servicio pagó 160 dólares, que se convirtieron en un ingreso de 240 dólares cuando llegó el repartidor. Aunque puede parecer que esos 80 dólares de beneficio es una cantidad considerable, en realidad se quedan en poco tras descontar los costes de producción y cocinado. El siguiente paso fue lógico: eliminar las pizzas de la ecuación. Para ello, y con el fin de que el repartidor no sospechara, colocaron únicamente la masa de la pizza en cada caja.
Como cuenta un amigo del dueño del restaurante en su newsletter, repitieron varias veces el proceso. Su motivación era puramente justa y campechana: "Que le den por culo a DoorDash".
Los nuevos modelos de negocio del mundo moderno que ofrecen nuevas oportunidades honradas y honestas a todos los ciudadanos nos ayudan a crecer en sociedad. Sin embargo, poner trabas a pequeños establecimientos, engañar a empresarios modestos y entorpecer los negocios humildes ni es justo ni está bien. Enriquecerse a costa de otros tiene un alto precio, aunque no lo pague uno directamente.