"El general que pasó a ser un esclavo, el esclavo que se convirtió en gladiador, el gladiador que desafió a un imperio. Una historia asombrosa". Si el otro día hablábamos de la que es probablemente la mejor película de los años 90 (Forrest Gump, obviamente), esta semana hablamos de Gladiator, probablemente la mejor película del año que finalizó el siglo XX.
Se cumplen ahora 20 años desde el estreno esta magnífica cinta y se mantiene igual de fresca, intensa y maravillosa que en el año 2000. No por nada cosechó cinco Óscars de los 12 a los que aspiraba. Un reconocimiento bastante inesperado por parte de una organización tan rancia como la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.
Por si has vivido debajo de una piedra estos últimos años, hagamos un repaso a su argumento. La película nos cuenta la historia de Máximo Décimo Meridio, un leal general hispano del Imperio romano. Sirve fielmente al emperador Marco Aurelio, pero la ambición de su hijo Cómodo no conoce límites morales. Cómodo se hace a la fuerza con el trono y amenaza con destruir el frágil sueño que un día fue Roma. Máximo acaba roto de dolor y convertido en esclavo, pero todo cambiará cuando triunfe como gladiador mientras anhela la venganza.
Fuerza y honor
Gladiator fue criticada por muchos por sus patadas a la historia, pero Ridley Scott nunca tuvo la intención de hacer una película histórica. Entonces, ¿cómo podemos encuadrar esta cinta? Melodrama fantástico-histórico, aventuras, péplum, romanos... Es difícil encajar en una sola palabra un producto de proporciones tan épicas como las de esta película.
Batallas, traición, intriga política, lealtad, romance, incesto, locura... pero, sobre todo, fuerza y honor. Gladiator reúne todos estos ingredientes y nos devuelve un producto redondo que no tiene desperdicio alguno.
La historia es apasionante, el apartado técnico es impresionante, la acción es frenética, la épica se siente en cada escena. No hay nada que sobre. Y, desde luego, hay que reconocer la proeza de mantener enganchado al espectador durante sus 150 minutazos, que podrían haber sido un tostón bajo otras circunstancias.
El guión juega con luces y sombras, con tensiones y ligeros alivios cómicos, con largos silencios y frases contundentes que ya forman parte de la historia del cine ("Mi nombre es gladiador"). Cada personaje está lleno de matices y de un sufrimiento interno que lleva mejor o peor, volcándose en una evolución delicadamente trabajada.
Lo que hacemos en vida tiene su eco en la eternidad
La excelente labor cinematrográfica del equipo de Gladiator es innegable. Un insuperable y vengativo Russell Crowe se llevó un merecidísimo (aunque sorprendente) Óscar, pero está muy bien acompañado.
Joaquin Phoenix, antes de ser mundialmente conocido por interpretar al Joker, se marcó un papelazo que, si bien estaba un poco sobreactuado, nos ofreció algo diferente a lo que solemos ver en una película de Hollywood. Pero también están brillantes Connie Nielsen (tremenda situación la que tiene que aguantar esta mujer), Djimon Hounsou, Richard Harris (nuestro primer Albus Dumbledore de Harry Potter), el siempre elegante Derek Jacobi y Oliver Reed (que murió a dos días de terminar el rodaje ahogado en alcohol).
Pero hay un personaje más que destaca por encima de la arena de combate de los circos romanos. Su impecable banda sonora es prácticamente perfecta. Hans Zimmer, acompañado por Lisa Gerrard, se marcó una de las mejores obras de su carrera y de la historia del cine. Tanto es así que prácticamente autoplagió para la componer la banda sonora de la primera entrega de Piratas del Caribe. Como dicen en Hollywood, si algo funciona, ¿por qué no repetirlo?
Las melodías de 'The Battle' nos introducen de lleno en la acción épica, mientras que 'Elysium' nos exprime hasta la última lágrima que nos podría quedar dentro después de más de dos horas de emociones fuertes. La película finaliza con la inolvidable, seductora e hipnótica 'Now We Are Free', una canción cuya letra está escrita "en el lenguaje del corazón", en palabras de Gerrard. Según explica la cantante, se trata de melisma, una vertiente primitiva de los albores de la expresión humana.
Y es que Gladiator nos habla directamente al corazón. De la importancia de hacer las cosas bien, del verdadero poder y del valor, así como del sacrificio y de la lealtad. Como nos decía Galadriel en El Señor de los Anillos, hasta el más pequeño puede cambiar el curso del futuro. Pero si hay algo que nos enseña esta película y que nos tenemos que grabar a fuego, especialmente después de la pandemia que hemos sufrido, es el consejo de Marco Aurelio: "La muerte nos sonríe a todos. Devolvámosle la sonrisa".
Fuerza y honor, amigos.