El coronavirus lo ha trastocado todo. Cuesta creer que hace solo unos meses nuestra manera de comunicarnos, socializar y trabajar era totalmente diferente. Muchas personas han decidido aprovechar la coyuntura, recoger sus bártulos y marcharse a vivir al campo en busca de nuevas oportunidades, una vida más tranquila, unos alquileres más bajos y menores posibilidades de contagiarse de COVID-19. ¿Pero cómo es este nuevo éxodo del revés?
De vuelta al campo
Muchos de nuestros padres (y los padres de nuestros padres) tuvieron que emigrar del campo a la ciudad en la segunda mitad del siglo XX en busca de mejores oportunidades de empleo y servicios médicos más eficientes. De esta forma, sacrificaron su pacífica vida rural a cambio de la contaminación, el ruido y el ajetreo de las ciudades.
Durante años hemos mirado al campo como un lugar complicado para vivir, lejos de las comodidades de las grandes urbes y con escasas posibilidades de desarrollar una carrera profesional. Sin embargo, las nuevas tecnologías, el auge de las empresas de mensajería y el teletrabajo, así como los precios imposibles de la vivienda y el frenético ritmo de vida característico de las ciudades han hecho que volvamos a soñar con una vida en el campo, más tranquila y relajada.
Ahora, en plena expansión de la pandemia del coronavirus, el proceso se ha acelerado. ¿Estamos experimentado un éxodo al revés, de las ciudades al campo?
Durante las semanas de confinamiento todos empezamos a valorar la importancia de estar en contacto con la naturaleza y de poder respirar aire libre en cualquier momento. Algunos se conformaron con buscar chalés con jardín o pisos con terraza. Pero otros han ido más allá, han hecho las maletas y se han mudado a una de esas pequeñas aldeas de la España vaciada.
Alejarse de la contaminación, mitigar el estrés y el desorbitado precio de los alquileres eran ya razones de peso que muchos esgrimían para mudarse al campo. A esos motivos se unen ahora el miedo al virus, el teletrabajo, la incierta situación económica y la inminente crisis. Es decir, que la COVID-19 ha precipitado la decisión de muchas personas de marcharse a vivir al campo.
El éxodo al revés
La búsqueda de casas en zonas rurales se disparó en un 46% desde el anuncio del primer estado de alarma por el coronavirus, según los datos proporcionados por Fotocasa. La mayoría de las personas ponen el foco en las fincas rústicas, fuera de los núcleos urbanos. Las búsquedas en Google Trends dejan claro las preferencias de los españoles desde marzo.
Según los datos del INE, más del 85% de los españoles viven en menos del 20% del territorio, mientras que la población rural ha descendido un 10% desde el año 2000. La precariedad laboral, el deficiente servicio de internet, el limitado trasporte y la escasez de recursos dificultan la reploblación de los pueblos. Pero si el trabajo en remoto finalmente se impone, estos datos podrían dar un vuelco en los próximos meses.
Tras la pandemia, la solicitud de viviendas en zonas rurales se ha triplicado. La mayoría de los que deciden marcharse en busca de una vida más tranquila son sobre todo ciudadanos de entre 25 y 40 años. Las causas deben buscarse en los bajos salarios y los abusivos precios de la vivienda en las ciudades, imposibilitando desarrollar un proyecto de vida cómodo y digno.
El principal problema al que se enfrentan ahora las personas que se han marchado al campo, aparte de una insuficiente red de telecomunicaciones, es la fecha de caducidad del trabajo a distancia. La cultura laboral en España es muy presencialista y la mayoría de las empresas exigirán a los empleados que vuelvan a la oficina cuando la situación mejore. Si es que no lo han hecho ya.