Todos sabemos que, por mucho que lo pretendan, las redes sociales no reflejan la realidad. Detrás de fotos espectaculares y deslumbrantes escondemos penas y miserias, de forma que solo mostramos al mundo una parte muy limitada de nosotros mismos. Y, muchas veces, ni siquiera eso es verdad. Y aunque somos conscientes de todo esto, eso no nos impide sentir frustración, complejos, desengaños, inseguridades y hasta envidias. Con el fin de concienciar a los usuarios de todo el mundo y acabar con la dictadura de la perfección de las redes sociales, cada vez más gente se une al movimiento "Instagram versus realidad".
Las bellas durmientes solo existen en los cuentos... y en las redes sociales
Si miras una red social en cualquier momento del día seguramente solo verás fotos deslumbrantes, paisajes alucinantes y gente guapísima con cuerpos esculturales. Sin embargo, aunque nuestro subconsciente nos lo grite, muchas veces no nos paramos a pensar que detrás de la perfección de Instagram se ocultan fotografías que pueden ser fácilmente retocadas. Como nos decía aquella mítica canción de Mulán, "es la imagen que alguien vio, no es la realidad".
Para enfrentarse a esa gran mentira que nos cuentan las redes sociales, cada vez más usuarios e influencers se unen al movimiento "Instagram versus realidad". Kim Britt es una de esas personas en pie de guerra que pretenden acabar con la dictadura de la perfección de Instagram, mostrando al gran público que lo que vemos en las redes sociales no es real. Para ello, enseña lo que hay detrás de una foto perfecta desde una perspectiva realista.
Comparar nuestras vidas con esas fotos tan poco realistas solo puede ser muy perjudicial. Lo mismo que las modas de los influencers y el postureo. Aunque los dichosos filtros nos lo hagan olvidar por un momento, cada cuerpo es perfecto con sus "defectos". Sí, incluidas espinillas, celulitis, arrugas y estrías.
Detrás de una foto perfecta se ocultan horas de búsqueda de iluminación ideal, kilos de maquillaje, retoques de Photoshop, muchos filtros y poses estudiadas para lucir unas piernas más largas. Más allá de una bonita imagen, los trastornos de la alimentación son solo algunos de los problemas que pueden suscitar, especialmente entre los usuarios más jóvenes.
La idealización de esos cánones de belleza irreales pueden llevar a hacernos caer en los tentáculos de la "dismorfia de Snapchat". Este trastorno lo sufren aquellos que desean operarse para parecerse a su propia imagen con los filtros de las redes sociales. No es ninguna broma, cada vez son más los jóvenes que acuden a centros de estética para informarse acerca de estos procedimientos, incluso con un selfi propio retocado en la mano. Sin embargo, los médicos recomiendan no banalizar estos procedimientos y rechazarlos.
La doble vida detrás de la perfección de Instagram
Esta dictadura de la perfección de Instagram no solo provoca trastornos de la alimentación, sino también otros problemas, como la vigorexia. Y todo por la visión distorsionada que tenemos de nuestro cuerpo por compararnos con otros, en la mayoría de los casos utópicos. Esto conlleva que muchos usuarios lleven una doble vida: una virtual (estupenda, perfecta y maravillosa) y otra real (desgraciada, triste y solitaria).
De todas formas, los psicólogos advierten de que esta imagen irreal que nos transmiten las redes sociales no es nada nuevo. Se trata de una herencia de las revistas que explotan un canon de belleza específico y basado en la delgadez extrema y el abuso del Photoshop.
Es evidente que las redes sociales han creado otro mecanismo para controlar a las personas. De hecho, a través de los algoritmos y análisis de datos pueden llegar a controlar hasta la manera de pensar de un adolescente. Este capitalismo de la vigilancia es terrorífico. Para luchar contra él hacen falta leyes que limiten los peligrosos usos de los algoritmos y educación a todos los niveles para dotar de armas a los usuarios contra esa espiral de frustraciones e inseguridades.
Las redes sociales no son un espejo de la realidad. Pero a veces es muy difícil romper esa cadena invisible de la esclavitud que nos une a las pantallas.