El mundo es un lugar terrible, es cierto. Sin embargo, una película tan humilde y sencilla como Mi vecino Totoro llegó hace ahora 32 años para recordarnos que también existe magia en el mundo. Que las alegrías nos esperan a la vuelta de la esquina, incluso con algo tan simple como una mota de polvo, un paquete de bellotas o el sonido de la lluvia sobre un paraguas.
Viajemos hasta el Japón de los años 50. Mientras el país aún sufre las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, un profesor de antropología y sus dos hijas, Satsuki y Mei, se mudan al campo para estar más cerca de su madre, ingresada en un hospital rural donde se recupera de tuberculosis. Las niñas no tardarán en descubrir que el bucólico paisaje está habitado por algo más que animales y plantas. En las profundidades del bosque se encontrarán con Totoro, un espíritu del bosque redondo y bonachón, que se convertirá en algo más que un entrañable compañero de juegos.
Cuando los humanos y los árboles eran buenos amigos
Esta semana hemos celebrado el Día de la Tierra, y si hay cineasta que sabe plasmar el amor y el respeto por la naturaleza en una película es Hayao Miyazaki. Mezclando una amalgama de leyendas japonesas, los recuerdos de su juventud y su prodigiosa imaginación sin límites, Miyazaki nos manda un mensaje ecologista, pacifista y positivo en una de las películas más emblemáticas del extraordinario Studio Ghibli.
La historia de la famila Kusakabe y los "trolls" del bosque es uno de los cuentos más bellos y fascinantes de la historia del cine. Esta hermosa mirada a la infancia es una oda al descubrimiento de la vida adulta, un proceso que dejará una profunda huella en las niñas protagonistas. Miyazaki nos introduce en casi sin quererlo en su cándida fantasía, valiéndose de la realidad para componer una trama llena de inocencia y felicidad en la que la tragedia no deja de acechar.
La acción pasa a un segundo plano, siendo sustituida por un momento sublime tras otro, transmitiendo un sentimiento de gozo y una dicha plena e intensa que pocas veces se ha plasmado en el mundo del cine con tal maestría. La sensualidad de sus arrebatadoras escenas es casi palpable, produciéndonos un placer físico a través del impecable dibujo artesanal con fondos de acuarela marca de la casa, así como la portentosa habilidad de Miyazaki de evocar las luces y las sombras en una historia que cuenta más con los detalles que oculta.
La materia de la que están hechos los sueños
Esta película nos muestra ese misterioso sendero que une el mundo de los humanos con la naturaleza y la magia, conjugando a la perfección la alegría de vivir con el acecho de la muerte. Y uniendo todo ello se encuentra Joe Hisaishi con su exquisita banda sonora. Utilizando pianos y violines, nos regala unas piezas conmovedoras que recrean las propiedades antidepresivas de la cinta y plasman en consonancia la poesía onírica que tan bien caracteriza a Hayao Miyazaki. Intenta ver esta película sin una sonrisa de oreja a oreja. Es imposible.
Por giros del guión cósmico, Mi vecino Totoro no fue estrenada en los cines internacionales. El proyecto, osado y original, se lanzó como complemento de La tumba de las luciérnagas, otra película del Studio Ghibli, y quizá una de las más tristes y profundas historias de la animación. En el resto del mundo solo pudo verse en VHS. Lo curioso es que, años después, en España no solo se ha proyectado en cines en una ocasión, sino en dos.
Hay pocas películas que despierten un sentimiento tan reconfortante y satisfactorio, consiguiendo materializar la belleza de retozar sobre la achuchable panza de una criatura adorable, la de espantar a los fantasmas con la risa o la de surcar los cielos en el interior de un gatobús sonriente con paradas personalizadas allá a donde nuestros sueños nos dirigen. Mi vecino Totoro es un cuento maravilloso e inolvidable. Divertido, entrañable y conmovedor. Imprescindible. Completamente imprescindible. Una obra maestra del cine para disfrutar con el corazón en la mano.