Jane Austin escribía en 1813: "Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa". Y esa es solo una de las perlas de sabiduría del libro Orgullo y prejuicio, que siguen siendo actuales aún hoy, más de 200 años después.
En vano he luchado
Orgullo y prejucio nos lleva hasta una zona rural de Inglaterra de finales del siglo XVIII o principios del XIX. En este escenario conocemos a la familia Bennet, compuesta por una pareja de esposos y sus cinco hijas solteras. La señora Bennet cree que el matrimonio es la única esperanza de futuro para sus hijas, pues, tras la muerte del señor Bennet, todas sus propiedades irán a parar a manos del primo de las muchachas, ya que en la época las mujeres no podían heredar.
La señora Bennet pierde el sueño con este problema cuando llega la noticia de que un hombre soltero y "de considerable fortuna", Charles Bingley, se va a instalar en la cercana finca Netherfield. Con motivo de tan magna ocasión, el joven ofrece un baile, al que por supuesto acude la familia Bennet. El chico no tarda en hacer migas con Jane, la mayor de las hermanas.
Pero en el baile también está presente Fitzwilliam Darcy, el amigo íntimo de Charles, un joven aún más rico y guapo, que despierta la admiración de los presentes. No obstante, los vecinos pronto le consideran orgulloso por despreciarles por ser socialmente inferiores. Mientras tanto, la segunda de las hermanas, Elizabeth, se ofende al oír a Darcy declinar la sugerencia de Bingley de que la saque a bailar, pues no la encuentra suficientemente hermosa.
Y este será solo el primero de muchos choques entre la personificación del orgullo y del prejuicio. Una relación que experimentará toda clase de vaivenes (un poco menos húmedos en las páginas del libro que en las películas y las series) y se irá convirtiendo poco a poco en amor.
Hubiera dado el mundo por haber tenido valor para decir la verdad, para vivir la verdad
Orgullo y prejuicio es una de las mejores novelas de la literatura inglesa del siglo XIX. A través de descripciones someras y centrándose en unos personajes perfectamente pincelados por sus virtudes, pero sobre todo por sus defectos, Jane Austen pinta un retrato irónico para criticar con dureza la sociedad en la que vivía.
La grandeza de esta obra radica en que el libro no se llama Romeo y Julieta o Fortunata y Jacinta, sino Orgullo y prejuicio. Y ese es un toque maestro. Estas dos palabras no solo representan a los dos protagonistas, sino que dan pie a los acontecimientos sobre los que gira toda la trama.
Elizabeth Bennet, es una joven guapa, natural y fuerte, con una mentalidad adelantada a su tiempo. Es una heroína moderna, pero al principio de la historia está llena de prejuicios y se deja llevar por las primeras apariencias. Por su parte, Darcy es un hombre inteligente, amable y honesto, pero también es arrogante y extremadamente orgulloso.
El orgullo y el prejuicio. Echando un vistazo a esa ventana que es el televisor, es fácil encontrar representaciones de la sociedad que nos dibuja Austen por todas partes. Especialmente en la política. Resulta casi vergonzoso cómo nuestros políticos se tiran los trastos a la cabeza, buscando más las próximas elecciones que el bien del pueblo que gobiernan.
La falta de entendimiento, la soberbia, la pedantería y la terquedad no nos llevan a ningún sitio, máxime en los tiempos del coronavirus. El orgullo y el prejuicio de nuestros políticos, tan bochornosos ahora, pueden ser la perdición del mañana. Si de esta íbamos a salir mejores personas, es hora de que los que nos gobiernan prediquen con el ejemplo.