Todos hemos lo hemos visto en las películas. Una persona desvalida aprende un par de técnicas de defensa personal y consigue noquear al villano de turno. Sin embargo, como decía Meñique en Juego de tronos, la vida no es una canción (ni una película).
Con la proliferación de casos de violencia doméstica, muchas asociaciones están aprovechando para sacar tajada ofreciendo cursos rápidos de defensa personal. Eso es una barbaridad. Ni todos los "expertos" pueden enseñar defensa personal, ni las técnicas se aprenden rápidamente, ni es la solución definitiva ante un ataque o una agresión. Hoy os contamos algunos de los mitos más típicos de la defensa personal.
1. Entrena, entrena y entrena
Hacer un curso de unas horas no implica saber defensa personal. La clave de estas técnicas es entrenarlas una y otra vez (y otra vez más) hasta que las interioricemos. El entrenamiento constante y disciplinado nos ayudará a aplicar las técnicas aprendidas automáticamente, sin necesidad de pensar.
Puede que pensar una estrategia antes de dar un golpe solo nos lleve unos pocos segundos, pero ese corto tiempo puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Aprender rutinas y movimientos repetitivos es agotador, pero a la larga da sus frutos.
Además, no es lo mismo un combate en el gimnasio que en la calle, bajo situaciones impredecibles y contra personas totalmente desconocidas. La realidad está libre de reglas y es mucho más compleja que un combate en el dōjō. También debemos tener presente que saber defensa personal no nos convierte en invencibles. Hay que seguir entrenando continuamente y ser tenaces si queremos saber defendernos apropiadamente. Y, por supuesto, olvidarnos de todo lo que vemos en las películas.
2. Utiliza una distracción
Normalmente, la gente asocia la defensa personal a artistas marciales letales. Sin embargo, casi todas las técnicas de esta disciplina comienzan con una distracción, lo que en las artes marciales japonesas se conoce como atemi.
Los atemi son golpes percutantes al cuerpo que buscan la rapidez en lugar de la fuerza. El objetivo es distraer al oponente.
Cuando nos enfrentamos a alguien, nos concentramos en cada pequeño movimiento o gesto. Sería absurdo intentar ejecutar una técnica de defensa personal directa, porque lo más probable es que sea bloqueada. Para ello se puede empezar dando una patada rápida a la espinilla (o a la entrepierna) o lanzar rápidamente la mano hacia la cara del oponente. Ni siquiera es necesario que el golpe impacte, tan solo necesitamos distraer la atención de la otra persona para atacar con nuestra técnica.
3. Ataca sin ponerte en riesgo a ti mismo
Cuando aprendemos defensa personal, empezamos por las técnicas más básicas. Pero, después de un tiempo de práctica, empezamos a ser capaces de ver ciertos defectos en los movimientos. En palabras más sencillas: cada técnica de defensa personal tiene su contratécnica.
Además, uno de los errores más comunes del aprendizaje de la defensa personal es ponernos en riesgo a nosotros mismos para ejecutar la técnica. Está muy bien inutilizar un brazo del atacante, pero las personas tenemos dos brazos (y codos, rodillas, piernas, frente...) y, si nuestra técnica es deficiente, nos pueden atacar con el otro.
También tenemos que tener en cuenta que la mayoría de técnicas terminan con una luxación y la dominación del oponente en el suelo. Y luego, ¿qué? Si no hay una persona cerca que nos pueda ayudar, tenemos un problema.
Por otro lado, un problema al que se enfrenta a menudo la policía son las personas agresivas, las que tienen poca sensibilidad al dolor, las especialmente fuertes o las que están bajo la influencia de sustancias psicotrópicas. No van a sentir dolor con nuestra técnica. Con este tipo de personas no hay defensa personal que valga, da igual lo que nos digan.
4. A veces, más vale fuerza que maña
La clave de la defensa personal es que todos podemos aprender las técnicas, porque aprovechan la fuerza del contrario para su ejecución. Sin embargo, si hay una diferencia abismal de fuerzas entre los oponentes, de poco servirá conocer los movimientos.
En ciertas ocasiones de peligro en las que no nos queda otra salida, lo más cabal es recurrir a la fuerza bruta. La combinación de las artes marciales con otras disciplinas, como el boxeo o el kárate, puede ayudarnos a saber defendernos. Pero ni el mayor maestro de artes marciales es invencible, por lo que no debemos pecar de exceso de seguridad en nosotros mismos.
5. Si tiene un arma, corre
Si bien es cierto que hay técnicas específicas para saber defendernos de un ataque con pistolas o cuchillos, si el agresor tiene un arma, lo más sensato es evitar el enfrentamiento o huir. Desarmar a un atacante sin sufrir daños es muy difícil y siempre tendremos las de perder.
Cuando los maestros de artes marciales enseñan estas técnicas siempre advierten de que única y exclusivamente deben utilizarse cuando no nos queda más remedio. Es decir, si estamos seguros de que la otra persona va a dispararnos o a atacarnos con un cuchillo, será el momento de actuar.
6. La mejor pelea es la que se evita
Una de las primeras lecciones que se aprende en artes marciales es que la mejor pelea es la que se evita. Saber defensa personal está muy bien, pero lo mejor es evitar los enfrenamientos violentos, que pueden tener consecuencias impredecibles y catastróficas.