El petróleo es el comodín de la baraja de Vladímir Putin en el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania. O, al menos, uno de ellos.
A pesar de que la mayoría de los países y empresas multinacionales están dando la espalda a Rusia, este país sigue siendo uno de los principales productores del mundo de crudo. Por lo tanto, lo que muchos territorios podrían convertirse en sus rehenes. Mientras la Unión Europea busca alternativas, Estados Unidos y Reino Unido ya se han decidido a dar el paso y han vetado la importación de gas y petróleo ruso. ¿Qué cambios podemos esperar en el mercado del petróleo próximamente?
El petróleo, un activo más en la guerra entre Rusia y Ucrania
El petróleo es uno de los principales activos afectados por la guerra entre Rusia y Ucrania. Los cambios que ha experimentado en unos pocos días han sido radicales, ya que Rusia es el segundo mayor productor del mundo de crudo, después de Arabia Saudí.
El lunes pasado, el barril de Brent (crudo de referencia mundial) ha superado los 130 dólares, unos máximos que no veíamos desde 2008 y que se acerca peligrosamente al récord histórico de 146 dólares. Es más, si la situación se prolonga, según la empresa financiera JP Morgan, el precio del barril de Brent podría llegar a alcanzar los 185 dólares al final del año, cifra que se eleva hasta los 200 dólares por barril según las previsiones del banco Bank of America Merrill Lynch.
El veto al petróleo de Rusia
Detrás de esta subida está el conflicto bélico, cuyas consecuencias se han ido ramificando por todo el mundo. Las repercusiones no han tardado en llegar. El martes pasado, Estados Unidos y Reino Unido anunciaron el veto a las importaciones de petróleo y gas ruso como represalia por la invasión de Ucrania.
Por su parte, la Unión Europea ya estaba estudiando alternativas ante la posibilidad de que Rusia cortara el suministro de gas natural. Unas alternativas más que necesarias, pues, pese a las sanciones económicas que Occidente ha impuesto a los rusos, aún sigue comprando gas y petróleo a través de la única ventana del sistema SWIFT que han dejado abierta. Pero no es tan fácil, ya que la UE compra a Rusia el 60% de su producción de petróleo y una cantidad aún mayor de gas, lo que implica una gran dependencia.
Obviamente, estas restricciones vendrán acompañadas de más subidas del precio, lo que se reflejará en nuevos incrementos del precio de los combustibles. Son piezas de dominó cayendo unas detrás de otras: el conflicto bélico se alarga, la crisis de materias primas empeora y la inflación promete ser demoledora.
¿Qué va a pasar a partir de ahora?
El veto de Estados Unidos podría no tener demasiada importancia en el panorama internacional, ya que no importa demasiado petróleo ruso. Ahora bien, el movimiento puede desencadenar un efecto llamada que anime a otros países a unirse a esta iniciativa.
¿Cuál es el problema? Que nuestro mundo actualmente depende del petróleo, pero si se expulsa a Rusia del sistema la oferta se reduciría significativamente. Y todo eso ocurre en un momento en el que el mercado se encuentra en una situación muy tensa con precios muy altos.
Pero todo parece indicar que lo peor está por llegar. Es muy probable que pronto el petróleo ruso deje de estar disponible en el mercado mundial. El repudio al petróleo ruso es tan agudo que algunos vendedores están ofreciendo descuentos para colocar estos barriles.
Ahora bien, es factible que los compradores se dejan llevar por la ansiedad e intenten hacerse con todo el petróleo físico que puedan. Por supuesto, esto va a conllevar nuevas subidas de precios por el aumento de demanda. Y lo que es más, aunque se levantasen las sanciones a Irán y Venezuela (algo que ya se ha puesto en marcha) y la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) aumentase la producción, va a ser prácticamente imposible reemplazar la producción de petróleo ruso. Al menos por el momento.
La situación empeora cuando miramos los inventarios comerciales de petróleo en los países desarrollados, que están en niveles bastante bajos. Asimismo, Libia y Venezuela están experimentando problemas para producir a máxima capacidad, mientras que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos se niegan a incrementar la producción para maximizar sus beneficios. En resumen: la situación es crítica.