¿Te subirías a un avión para ir hasta otro país, sobrevolar su territorio y volver al punto de origen sin aterrizar? Pues este nuevo modelo de negocio está arrasando en la nueva normalidad. ¿Cómo son los viajes a ninguna parte que han lanzado varias compañías aéreas en las últimas semanas?
Los viajes a ninguna parte: Un parche para la crisis del sector turístico
El viaje a ninguna parte ha dejado de ser una película de los 80 para convertirse en una nueva forma de hacer turismo. Si hace un año alguien nos hubiera dicho que en 2020 habría personas que pagarían entre 300 y 5.000 euros por darse un garbeo en avión, no nos lo hubiéramos creído. Los viajes a ninguna parte (o nowhere flights) son la nueva moda excéntrica para aquellos viajeros que sienten morriña a volar y miedo a coger el coronavirus (pero poco, porque viajar en avión no es precisamente una de las actividades de menor riesgo).
Ante los graves problemas a los que se enfrenta el golpeado sector turístico en todo el mundo tras la pandemia del coronavirus, varias aerolíneas decidieron lanzar en agosto un producto inédito: los viajes a ninguna parte. Estos vuelos comienzan y terminan en el mismo aeropuerto en un intento de impulsar el negocio y paliar las pérdidas económicas por tener parada la flota.
El objetivo es disfrutar del viaje y contemplar la belleza del paisaje desde el aire. De esta manera, las compañías aéreas pueden operar sin enfrentarse a restricciones, ya que se trata de trayectos "nacionales", transportando viajeros sin salir oficialmente del país.
Las aerolíneas se reinventan
Las primeras en lanzarse a la piscina han sido empresas de Japón, Taiwán y Australia. Una de las primeras fue la compañía aérea japonesa ANA. Los viajes se realizan en un Airbus de dos plantas A380, el avión de pasajeros más grande del pueblo, que se utiliza normalmente para viajes entre Tokio y Honolulú. El primer vuelo se realizó en agosto y tuvo temática hawaiana. Fue tal la demanda que sus pasajeros tuvieron que elegirse mediante sorteo. El vuelo duró 90 minutos, en los que se repartieron cócteles y regalos inspirados en la tortuga marina que decora el exterior del avión.
La aerolínea taiwanesa StarLux Airlines se decantó por vuelos de tres horas y media para sobrevolar las Islas Pratas, mientras que la aerolínea Royal Brunei ofrece cena y un vuelo de 85 minutos sobre los bosques tropicales de la isla de Borneo. Por su parte, la compañía australiana Quantas está preparando vuelos de 12 horas a la Antártida para observar (por turnos) el paisaje blanco.
¿Una genialidad o una idea de bombero jubilado?
Por supuesto, desde el punto de vista climático, esto es una locura, una aberración y una salvajada. Las compañías se defienden con total descaro, pues dicen que se compensa la huella ambiental del viaje al dejar el paisaje tan impoluto como estaba cuando llegaron.
Ellos aseguran que sus viajes son neutros en carbono, pero es una afirmación tan dudosa como engañosa. Según Andrew Murphy, director de la organización Transport&Environment, "los beneficios limitados de estos planes no son suficientes para subsanar los daños [medioambientales] de volar en avión". Y eso al margen de que estamos en medio de la segunda ola de una pandemia mundial, y tal vez no sea la mejor idea, por mucho que se respeten las medidas de seguridad.
Obviamente, tener a los aviones y a la tripulación en tierra supone gastos y pérdidas, que pueden compensarse en parte si estas iniciativas tienen un mínimo de aceptación. Eso no parece ser un problema, porque los billetes se agotan en cuestión de minutos. Si esta nueva manera de "viajar" perdurará tras el coronavirus, solo el tiempo lo dirá, pero parece bastante dudoso.