Los científicos llevan años advirtiéndonos de la necesidad de cambiar nuestras fuentes de energía por otras más sostenibles, verdes y limpias, como la energía solar, la hidráulica o la eólica. El principal problema es que esta evolución requiere investigación y una fuerte inversión que muchos gobiernos no pueden (o no quieren) asumir. Sin embargo, la guerra y el chantaje de Putin parecen haber cambiado esta tendencia para pegar un pisotón al acelerador de la transición energética.
¿Cómo está afectando la guerra entre Rusia y Ucrania a la transición energética?
Mientras todavía sufrimos los efectos de la pandemia del coronavirus y la Unión Europea se ve afectada por la guerra entre Rusia y Ucrania, todo parece indicar que muy pronto se va a acabar la vida tal y como la conocíamos. Algunos de los principales problemas a los que se está enfrentando Europa vienen derivados de la excesiva dependencia de las fuentes de energía no renovables. Y todo ello mientras seguimos pagando un precio desorbitado por la luz y el gas.
Es evidente que la transición energética es más que necesaria. La cuestión ahora es la velocidad a la que se implanta.
Según el Consejo Económico y Social de España (CES), el principal riesgo de la transición energética en nuestro país es no acertar con el ritmo adecuado. Por un lado, indican que una implantación lenta dificulta alcanzar a tiempo los objetivos de emisiones, aumentando la posibilidad de que los riesgos medioambientales se conviertan en irreversibles. Por otro lado, si la transición se realiza de manera excesivamente rápida y desordenada, se pueden provocar graves desajustes económicos, sociales y laborales.
Esto último es lo que está ocurriendo en el sector automovilístico en España. La pérdida del poder adquisitivo de las familias está obligando a muchos a recurrir a los vehículos de segunda mano. De hecho, según Sumauto, uno de cada diez coches vendidos en el mercado de ocasión supera los 20 años, cuyas ventas aumentaron un 18% durante el primer semestre de 2022.
¿Cuál es la solución?
Para el CES, la clave del éxito radica en una buena gestión de los desafíos que conlleva la transición energética. Su advertencia es clara: si no se adoptan políticas adecuadas, se podría generar resistencia al cambio en la población y poner en riesgo los avances para promoverlo. El diálogo social y la cooperación entre todas las instituciones de la Administración son los puntos de partida para alcanzar el objetivo.
Además, el CES insiste en la necesidad de salvaguardar una transición energética justa en la que no se deje a nadie atrás. Aunque esto ya lo hemos escuchado otras veces.